Por Marco Aquino
LIMA, 13 abr (Reuters) – El novelista peruano Mario Vargas Llosa se despidió cumpliendo la promesa que hizo el día en que ganó el Nobel: escribir hasta el último día de su vida.
Uno de los estandartes del boom de la literatura latinoamericana de la década de 1960, Vargas Llosa falleció el domingo en Lima, la capital peruana, a los 89 años, “en paz”, dijeron sus hijos en un comunicado.
El escritor dejó como herencia una multitud de obras en las que conjugó ficción, historia y política, con la que coqueteó a lo largo de su vida.
“Siempre me ha angustiado mucho la idea de esos escritores que pierden el fuego, se callan”, dijo una vez al diario El País. “Me sentiría muy desgraciado si no pudiera trabajar”.
Para el autor de “Conversación en La Catedral”, perder la lucidez y el espíritu crítico convirtió a muchos escritores en estatuas en vida. Su transición política desde la izquierda al liberalismo lo distanció, por ejemplo, de su amigo colombiano Gabriel García Márquez, fallecido en 2014.
Vargas Llosa, de voz solemne y rostro siempre sonrojado, se aferró hasta el fin a la rutina de levantarse temprano para leer y escribir.
Siempre fue así, desde que leyendo de niño a Alejandro Dumas y a Víctor Hugo supo que lo suyo eran las letras, como decía, su “placer supremo”.
Antes de cumplir los 40 años ya tenía bajo el brazo obras como “La casa verde” y “Los cachorros”, que acabarían convirtiéndose en clásicos de la literatura latinoamericana. Más tarde vinieron “La guerra del fin del mundo” y “La fiesta del Chivo”, traducidos a más de una veintena de idiomas.
Su aventura como cadete en una escuela militar de Lima dio vida a “La ciudad y los perros”, un libro escrito en Madrid en 1958 que lo puso para siempre en el camino de la literatura.
Para dedicarse a escribir buscó empleos que le permitieran tener tiempo libre. Durante su periplo por Francia e Inglaterra, por ejemplo, dictó clases y trabajó como reportero en una agencia de noticias.
“Lo fundamental para mí es que el trabajo para vivir no te quite energías, ilusiones y tiempo de escritura”, dijo una vez.
Alegrías y tropiezos de la vida de Vargas Llosa se colaron a menudo en sus novelas.
Las desavenencias con su padre, al que había dado por muerto y conoció recién a los 10 años, fueron abordadas por ejemplo en “La ciudad y los perros”. “La tía Julia y el escribidor”, otra de sus obras, inmortalizó la polémica relación con su primera esposa y tía política, Julia Urquidi.
“La literatura es muchas veces la gran revancha contra las adversidades y sinsabores de la vida”, dijo en una entrevista.
Obsesionado con definir el título perfecto antes de escribir cada obra, Vargas Llosa delineaba infinitos esquemas, embriones, como él los llamaba, antes de sentarse a teclear.
Tenía que tener claro cómo y en qué momento se “cruzarían y descruzarían” sus personajes. Qué comían, qué bebían e incluso qué vestían.
“Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, dijeron sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana en un comunicado compartido en la red social X.
POLÍTICA Y LITERATURA
Las obras de Vargas Llosa estuvieron intrínsecamente ligadas a la realidad política de América Latina.
Como muchos de sus compañeros del boom, el escritor peruano jugueteó inicialmente con el pensamiento de izquierda en boga tras la revolución cubana.
“Existía una preocupación por la condición humana. Veníamos de dictaduras y todos teníamos ideales políticos”, dijo sobre el movimiento que lo unió a García Márquez y Julio Cortázar.
Pero algo se quebró en el camino.
El encarcelamiento del poeta cubano Heberto Padilla en 1971 dividió a los intelectuales que habían apoyado la revolución. Indignado, Vargas Llosa llegó a acusar a García Márquez de ser un “cortesano” de Fidel Castro.
La amistad con el Premio Nobel colombiano terminó de irse por la borda en 1976, cuando Vargas Llosa le dio un puñetazo durante una discusión en Ciudad de México, en medio de confusas circunstancias al parecer relacionadas con su vida sentimental.
ÚNICO Y AGRIO INTERMEDIO
El novelista nacido el 28 de marzo de 1936 en el seno de una familia de clase media en la sureña ciudad de Arequipa, al pie de los Andes peruanos, sólo hizo una pausa en la escritura, y fue por la política.
Y más que una pausa, terminó siendo un amargo interregno. Fue en 1990, cuando al frente de un movimiento liberal disputó la presidencia de un Perú arrasado por la hiperinflación y la violencia de la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso. Vargas Llosa fue derrotado por un desconocido agrónomo llamado Alberto Fujimori.
Decepcionado, el escritor hizo las maletas y se marchó a España. Unos años después se nacionalizó español.
Y aunque no volvió a pisar la arena política, no dejó de opinar en todos los procesos electorales de su país y otros en América Latina. En su inquebrantable oposición al populismo de izquierdas, no dudó en ajustar sus apoyos al momento, hasta el punto de que acabó respaldando en 2021 a Keiko Fujimori, hija de su denostado rival, frente a Pedro Castillo.
Fuera de la política, el ganador del Nobel en 2010 no dejó tema polémico por abordar. En conferencias y columnas que escribía regularmente en el diario español El País, elogió, por ejemplo, las reformas liberales del Gobierno uruguayo como el matrimonio entre homosexuales y la legalización de la marihuana.
En los últimos años de vida mantuvo una importante producción literaria, con novelas como “El sueño del celta” y “Tiempos recios”, junto a ensayos de corte cultural como “La civilización del espectáculo” y colaboraciones periodísticas que fueron recogidas en varios volúmenes.
Además del Nobel, Vargas Llosa recibió los premios Cervantes y Príncipe de Asturias. En 2023 se convirtió en uno de los “inmortales” de la Academia Francesa, prestigiosa institución a la que accedió pese a no haber escrito nunca en francés.
En su discurso de ingreso realizó una encendida defensa de la novela, asegurando que “salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá”. Asimismo, declaró ante los académicos que “yo aspiraba a ser secretamente un escritor francés”.
En un giro más de su azarosa vida, Vargas Llosa hasta se convirtió en protagonista de las revistas del corazón, tras conocerse su separación y posterior divorcio de su segunda esposa -su prima Patricia Llosa- y su unión sentimental con la reina de la “socialité” española, Isabel Preysler. Después de varios años, el escritor volvió con la madre de sus tres hijos -Álvaro, Gonzalo y Morgana- en los compases finales de su vida.
Sobre el conjunto de su obra, Vargas Llosa declaró en cierta ocasión que “uno no queda nunca totalmente satisfecho, pero hay que poner punto final alguna vez”.
(Reporte de Marco Aquino; Reporte adicional de Diego Oré; Editado por Carlos Serrano)